Hasta
ahora he sido un simple espectador en esta prueba de valor y sacrificio. He
contemplado divertido cómo mis amigos se han derrumbado ante las decisiones que
debían tomar. Me he reído de Mario, mientras paseaba su mirada llena de terror
entre la daga y Felisa, que sonreía tras sus gafas de montura negra. ¡Qué
difícil que se lo hemos puesto! Ha tenido que recorrer la calle Matacabras con
los pantalones bajados y cacareando. A Migue no le ha ido mejor: le hemos hecho
embadurnarse enterito de harina. Y a Rafa… Con Rafa nos hemos pasado. Sus
padres lo tendrán castigado semanas. Está ansioso por vengarse.
Y
ahora, en este horrible momento, la punta de plástico de la daga se ha detenido
frente a Carla. Debí girar más fuerte el maldito juguete. O más suave. O
quedarme en casa jugando al “League of Legends”.
Todos
mis amigos han levantado poco a poco sus cabezas y me han mirado sonrientes. Me
la tienen guardada. Al fin y al cabo, la mayoría de los “atrevimientos” han
sido idea mía. Rafa no puede evitar salivar de gusto.
¿Qué
hacer? Podría haberme tocado cualquier otra: Rosa, Felisa, Aurora… Habría sido
una decisión facilísima. Pero me ha tenido que tocar Carla.
Carla.
Llevo
enamorado de ella desde quinto. Desde aquella vez que nos sentaron juntos (para
ver si se me pegaba algo, dijo el de Matemáticas) y descubrí las pequeñas pecas
de su nariz y los hoyuelos de su cara al sonreirme. Estaba en lo cierto Don
Jacinto: se me había pegado algo.
Nunca
le he dicho nada. Ni a mis amigos. Esas cosas no se cuentan. Y ahora tengo la
oportunidad y la escusa para besarla.
Parece
un sueño. Pero nada más lejos.
Todos
mis amigos han elegido atrevimiento. Se considera más valiente y honorable que
besar a una chica. Cualquier jugarreta imaginada por tus colegas es mucho mejor
que eso y debe asumirse con resignación. Y, aunque solo imaginarme la maldad
que mis amigos tienen prevista me pone los pelos de punta, ese no es el
problema.
El
problema es yo quiero besarla.
Los
instantes de duda están haciendo que mis amigos se miren confusos y que las
niñas empiecen a cuchichear. Carla sigue sin decir nada, mirándome con su
sonrisa con hoyuelos.
“A
la porra todo, yo la beso”, decido.
Me
levanto mirándome los pies, como si fuera lo más interesante del mundo. Avanzo
lentamente entre risitas y exclamaciones de sorpresa y alarma. Por fin reúno
valor y miro a Carla. Dios, que guapa es. Me agacho y ella cierra los ojos. Mi
corazón amenaza con salirse y estropear el momento. Yo también cierro los ojos
y junto los labios. Quiero que sea perfecto. Quiero que…
Suena
“Big Bang Theory”. Carla saca su móvil: “Hola, Mamá. Sí, vale, tiro para casa”.
Se levanta, se despide de nosotros y se marcha.
Y
me quedo allí sentado, con mis amigos gritándome mientras lucho por hacer que
mi corazón vuelva a latir.
A eso se jugaba también con una botella de tercio. Qué tiempos aqellos.
ResponderEliminarPues sí. Para mi eran tiempos mejores porque nosotros eramos mejores.
ResponderEliminar