viernes, 24 de junio de 2016

Siete y media






En aquel antro, Hidalgo, con su traje oscuro de lino, desentonaba como un Cardhu en un botellón. El tipo canijo que tenía enfrente estaba dando la vuelta a su carta.

—No está teniendo suerte, jefe. —Su sonrisa iba dirigida al individuo que había tras Hidalgo—. Siete. La banca vuelve a ganar. —Recogió el dinero y los naipes con un único y rápido movimiento.

—¡Increíble! —dijo Hidalgo—. ¡Ya he perdido tres manos! La siguiente tiene que ser mía. ¿Qué te estaba contando?

—Me contaba, jefe, cómo se metió a estudiar ordenadores —dijo el tipo mientras barajaba, sin mover la de abajo.

—Ah, sí, la carrera de informática. Quería ser analista de mercado. —Cogió de forma distraída la carta, la ojeó unos segundos y la giró. Vi que era un caballo de espadas—. Una media. ¿Qué te parece si apuestas el doble del dinero que me has ganado y yo lo igualo?

El canijo abrió tanto los ojos que parecía que se le caerían al suelo.

—Por mí no hay problema, jefe. —Inspiró ruidosamente—. Aquí tiene.

Sacó un naipe del mazo y se lo alargó a Hidalgo que, sin voltearlo, lo colocó junto al caballo.

El tipo se quedó mirándolo, sorprendido.

—¿No le va a dar la vuelta a la carta, jefe? —Se mordía el labio inferior, nervioso, mientras su compañero levantaba los hombros en señal de impotencia.

—No me hace falta. Me planto. Juegas tú. Pero esta vez deja el mazo en la mesa.

El canijo, nervioso, lo dejó. Volteó su carta. Era un cinco de copas.

—Esto se pone interesante ¿qué vas a hacer? —le dijo Hidalgo sonriente—. Mientras piensas, te sigo contando.

»Era muy bueno calculando probabilidades y me enganché a los juegos como este. Analizaba variables y apostaba en consecuencia. Gané tanto y tan rápido que me hice conocido en los casinos de la ciudad y me prohibieron la entrada. Desde entonces, me veo obligado a quitarme el mono de las apuestas en agujeros como este, con estafadores de medio pelo que solo se conocen los trucos más simples, como tener un compinche que te chive las jugadas o hacer trampas al barajar. —El canijo sudaba y comenzó a echar mano de algo en el bolsillo—. ¿Os he presentado a mi socio? –continuó Hidalgo—. Es ese de allí. —Se giró hacia donde yo estaba y todos siguieron su mirada. Era mi momento: comencé a quitarme con tranquilidad la chaqueta, dejando al descubierto el arma que descansaba en mi funda sobaquera—. Se encarga de que las partidas terminen civilizadamente. Te toca hablar.

El  canijo, mirándome de reojo,  se decidió a actuar. Sacó otra carta del mazo. Era el tres de oros.

Se había pasado.

—Vaya, lástima, yo gano. —Hidalgo se levantó y recogió el dinero—. Por cierto, además de las probabilidades, en la siete y media hay que saber manejar los faroles.

Cogió la carta oculta y se la lanzó al tipo.

Era el uno de espadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario