En aquel antro,
Hidalgo, con su traje oscuro de lino, desentonaba como un Cardhu en un
botellón. El tipo canijo que tenÃa enfrente estaba dando la vuelta a su carta.
—No está
teniendo suerte, jefe. —Su sonrisa iba dirigida al individuo que habÃa tras
Hidalgo—. Siete. La banca vuelve a ganar. —Recogió el dinero y los naipes con
un único y rápido movimiento.
—¡IncreÃble!
—dijo Hidalgo—. ¡Ya he perdido tres manos! La siguiente tiene que ser mÃa. ¿Qué
te estaba contando?
—Me contaba,
jefe, cómo se metió a estudiar ordenadores —dijo el tipo mientras barajaba, sin
mover la de abajo.
—Ah, sÃ, la
carrera de informática. QuerÃa ser analista de mercado. —Cogió de forma
distraÃda la carta, la ojeó unos segundos y la giró. Vi que era un caballo de
espadas—. Una media. ¿Qué te parece si apuestas el doble del dinero que me has
ganado y yo lo igualo?
El canijo abrió
tanto los ojos que parecÃa que se le caerÃan al suelo.
—Por mà no hay
problema, jefe. —Inspiró ruidosamente—. Aquà tiene.
Sacó un naipe
del mazo y se lo alargó a Hidalgo que, sin voltearlo, lo colocó junto al
caballo.
El tipo se
quedó mirándolo, sorprendido.
—¿No le va a
dar la vuelta a la carta, jefe? —Se mordÃa el labio inferior, nervioso,
mientras su compañero levantaba los hombros en señal de impotencia.
—No me hace
falta. Me planto. Juegas tú. Pero esta vez deja el mazo en la mesa.
El canijo,
nervioso, lo dejó. Volteó su carta. Era un cinco de copas.
—Esto se pone
interesante ¿qué vas a hacer? —le dijo Hidalgo sonriente—. Mientras piensas, te
sigo contando.
»Era muy bueno
calculando probabilidades y me enganché a los juegos como este. Analizaba
variables y apostaba en consecuencia. Gané tanto y tan rápido que me hice
conocido en los casinos de la ciudad y me prohibieron la entrada. Desde
entonces, me veo obligado a quitarme el mono de las apuestas en agujeros como
este, con estafadores de medio pelo que solo se conocen los trucos más simples,
como tener un compinche que te chive las jugadas o hacer trampas al barajar.
—El canijo sudaba y comenzó a echar mano de algo en el bolsillo—. ¿Os he
presentado a mi socio? –continuó Hidalgo—. Es ese de allÃ. —Se giró hacia donde yo estaba y todos siguieron su mirada. Era mi momento: comencé a
quitarme con tranquilidad la chaqueta, dejando al descubierto el arma que
descansaba en mi funda sobaquera—. Se encarga de que las partidas terminen
civilizadamente. Te toca hablar.
El canijo, mirándome de reojo, se decidió a actuar. Sacó otra carta del
mazo. Era el tres de oros.
Se habÃa
pasado.
—Vaya, lástima,
yo gano. —Hidalgo se levantó y recogió el dinero—. Por cierto, además de las
probabilidades, en la siete y media hay que saber manejar los faroles.
Cogió la carta
oculta y se la lanzó al tipo.
Era el uno de
espadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario